domingo, 23 de octubre de 2011

Gustar

Estoy enamorada, enamorada de la vida, mi vida. Así, con sus piedritas, sus rocas, sus tormentas de arena. Me gusta ser este armadillo que rueda, ensimismado, escondido en la circunferencia de la luna. Reducido a la casi inexistencia de cuando esta comienza a viajar por los cuatro vientos caprichosos. Me gusta lo que miro, lo que toco, lo que pienso, lo que pruebo y saboreo al tacto de las finas y groseras fisuras de un rostro vivido, experimentado. Un rostro caminante. Un rostro que guarda la memoria de los pasos, que lleva consigo la memoria de dolores y alegrías. De angustias. Soledades. Aprendizajes. Nuevas experiencias. Me gusta.

Letras. Lenguaje. Lugares comunes. Metalenguaje. No son ellos los que cargan el pesado montaje de la comunicación, del entendimiento. Es el viento que da sitio a los viajeros del corazón. Es la noche calurosa que suda, jadea y desea. Es la brisa húmeda que llega del mar. Es el brío que desde las profundidades emana con furor. Es el desdén de tus dedos, sueltos, dejados al vaivén de tu andar por el paso ligero de la nada. Es tu risa, es su sonido. Es tu sombra conformada por muchas sombras. Es tu mirada. Es el juego de claroscuros rodeándote al andar. Es la luz que te denuncia.

Miro al frente, me asomo a escondidas sobre el muro de la real actualidad, y de nuevo la nostalgia de la distancia que algún día llegará. Hoy tu ventana queda a lado de la mía. Hoy puedo entrar de noche, puedo atravesar sus delineados contornos para llegar a tus oídos y con el viento susurrar, puedo dibujar con el índice la luna que te ilumina. Hoy puedo ignorar la presencia que te acompaña cada atardecer. Hoy puedo osadamente ir dentro de tu mirada, viajar con la luz y entrar en ella. Entrar en ti. En el alma. En tu cuerpo. Hasta los huesos adherirme, como estampa barata de mercado. Puedo y sin embargo, cantaré en tu ausencia cuando después de partir te des cuenta que no me llevas en la maleta, ni en el alma, ni en los huesos.

Porque no has de partir, has de quedar prendido en mi piel, en mi sonrisa, en las carcajadas que de noche no te dejan dormir. Has de quedarte a mi lado, en la memoria. Cuando no partas. Cuando tu cuerpo te abandone y tenga que mandarte cartas. Cuando de mi mano extendida las tomes para leerlas en voz alta.
Para sonrreir juntos, al escuchar el recitar de los saludos, de las anécdotas, de los cuentos y las aventuras de tu cuerpo por la tierra y el mar. Y nos señalaran cuando del brazo de tu alma sin cuerpo me pasee yo por las calles. Y reiremos. Reirás tu con esa sonrisa y esos labios que nadie verá. Los veré yo porque su recuerdo tendré en mis ojos. Nadaremos, tu con tu alma sin cuerpo y yo sobre el recuerdo de tus lomos. Y moriremos. Morirá mi alma y mi cuerpo, junto a tu alma sin cuerpo. Y cada noche antes de ver la luna posarse en lo alto del cielo desde nuestro ataúd compartido, te contaré de ti. Te contaré de la suavidad de tu piel. Te contaré de la locura vivida en los años de nuestra juventud. Te contaré de los paseos clandestinos. De la fuga al desierto, de cuando a gatas y rodadas juntos lo cruzamos. Te contaré, cada noche desde nuestro descanso eterno. Te enseñaré a platicar con tu cuerpo a través del tiempo y la distancia. Te enseñaré a usar el recuerdo de tus labios para mandar besos eternos. Te enseñaré, en nuestro idilio eterno.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Volar

Llegaron mis letras a ti, entraron por el mismo par de cuencas cristalinas por donde yo me hice de ti. Tu miras mis letras, bebes de ellas, te paseas entre sus senderos y veredas; te paseas por la imagen de esta geografía que se eriza al saberte cerca. Yo te miro, te leo y el vuelo comienza.

Comienza el vuelo, el andar, el sentir y el trajín de las letras que libres se saben en la infinitud de este fondo blanco. Libres se saben y libres se sienten, aquí donde las fronteras de lo real tangible no pueden operar, aquí donde los límites los pone la creatividad. Por que sienten las letras lo que siento y salen corriendo a la orilla del mar, coqueteando con la arena tibia que acaricia los pies descalzos y el agua de sal que viene y va.

Y llegan a ti mis letras con sabor a sal, con sabor a beso robado en la oscuridad, beso iluminado por un rayo tenue de luna, rayo que va dejando resquicios minúsculos, diminutos, casi imperceptibles de furtivo deseo e imbricada atracción. Y llega a ti el susurro del viento, a recorrer tu sueño, a dibujar entre las sombras tu piel, a esbozar con gota de lluvia las finas líneas de tus labios, todas y cada una de ellas, hasta guardarlas completamente en la memoria. Luego han venido ellas, mis letras, acompañadas del viento, de olas de mar, de rayos de luna, de labios que besan, de manos que acarician, de siluetas que roban el aliento al andar, de miradas luminosas, han venido todas a confesar el revuelo que en tu sueño han dejado al volar...

lunes, 3 de octubre de 2011

Sentir

¿Qué es el paso por esta vida sin los agridulces del gusto por el otro, sin los matices, los claroscuros, los colores que de la paleta del corazón se desprenden al sentir? ¿Sentimos o pensamos que sentimos, pensamos lo que sentimos? ¿Es que a caso construimos los sentimientos con el conjunto de significados lingüísticos y las construcciones sociales, las estructuras axiológicas, el imaginario colectivo, las herencias culturales que recibimos y configuramos por medio del lenguaje?

Varios de mis lectores encontrarán aquí una vieja versión de múltiples debates sostenidos luego de una amable noche de tragos, de fiesta, de disertación conjunta, de intentos dialógicos. Verán pues que sigo en el mismo hoyo y miren que me doy cuenta del peligro de mis dudas hacia las subjetividad e intersubjetividad. Posición por demás infructífera que en lugar de explicaciones, he argüido, me instala en un ámbito de justificación.

Justificación al terror de permitirme sentir (o pensar en sentir) los estruendos vehementes del corazón. Aún con la más nítida de las (conceptuadas) felicidades, o bien con el más amargo y profundo de los dolores. En fin que seguir el juego de las dualidades no es muy útil ahora para intentar esclarecer lo que por ahora no quiero esclarecer. No quiero debatir acá ni ahora sobre una posible explicación ontológica de los sentimientos. (Ya se, pueden reclamarme el uso de palabras o conceptos de gran peso epistémico, en un tono tan ligero y un espacio tan alejado del rigor de la academia).

Quiero decir lo que siento, aunque creo que es necesario antes que decir, sentir. Y yo he sentido. He palpado con el desorden magnético inmerso en la piel, las pericias de la inquieta mirada cuando por el resquicio cristalino de las pupilas y todas y cada una de las terminaciones nerviosas que conforman la vista humana, y vayas usted a saber qué tanto ocurra en el cerebro, cerebelo, y cualquier conjunto de órganos y reacciones químicas y fisiológicas de las que un científico pueda dar explicación cuando a uno, sencillamente, le entra por los ojos  la imagen de un otro, que por razones ahí sí extrañas y desconocidas, le genera atracción.

Seguro que habrá muchos tipos de atracción, la que a mi más me entusiasma y la que me tiene escribiendo ahora mismo, es aquella que precisamente, va más allá de un gusto por el físico. Atracción por el ser mismo, el ser en su conjunto. No sólo es el gusto por unos ojos grandes, por unas lindas y extensas pestañas, pupilas de colores miles, extensiones de verdes prados en su interior; es la mirada, la luz, la vida misma contenida en ella. No es un cuerpo de proporciones exquisitamente distribuidas, es el andar de este, es su silueta atrapada en las sombras del día, con el más fino delineado. No es sólo una linda y perfectamente desordenada cabellera, es el sueño del desliz de los dedos sobre ella. No es solo el aroma, es la cercanía en la que este penetra el espacio, las fibras sensibles del gusto, es el vuelco del corazón mismo, la tiranía con la que las fronteras de la piel reprimen el primer impulso del arrojo sin límites.

Es ahí donde las ideas, el pensamiento se vuelven útiles. Uno puede no tener acceso a la realidad tangible del contacto directo entre un par de manos, entre un par de labios y una mejilla, entre dos pechos palpitantes y y un par de brazos inquietos, pero sí puede uno volar. Es entonces cuando uno duda de si el lenguaje, el pensamiento pueden conformar realidades. Ha logrado el lector, alguna vez, hacer vibrar hasta la más ínfima fibra de su ser, al imaginar un beso. Un beso que sólo puede existir en la mente, una caricia que idealizada hasta la utopía logre remover dunas enteras, remolinos de sensaciones, tormentas de pequeños y finos granos de arena alimentando el deseo y la pasión.

Qué difícil intentar aprehender con el lenguaje cada una de las sensaciones, las reacciones, los efectos que ese gusto puede evocar. Hasta ahora, me mantengo en acuerdo contigo, querido Gato. Ya debatiremos muy pronto y con mucho gusto, sobre el verbo SENTIR...